He criticado mi madre por decisiones que tomó por mí cuando era chica. Me he enojado por consejos que me ha dado. He sido impaciente con ella reprochándole que no me entendiera. He retado mi madre porque insistía en hacer las cosas a su manera.
Probablemente se ha preguntado más que una vez: “¿Qué he hecho mal como mamá?” Tal vez se ha sentido dolorida con mis palabras. Seguramente ha estado agotada de problemas y conflictos que vivió conmigo. Hubiera tenido razones para distanciarse de mí.
Pero nunca me faltó su apoyo y su cariño en todas las cosas de mi vida. Siempre estaba dispuesta en ayudarme. Siempre estaba atenta. Hasta viajó feliz 12.000 km para ayudarme con el cuidado de mis mellizos en los primeros tres meses de su vida.
En la mayoría de los casos tenemos la opción de elegir ser madre o padre, pero ninguna mamá y ningún papa puede elegir quién será su hija o hijo. El carácter del hijo, sus necesidades, sus problemas,… se les es encomendado como una caja de sorpresas. Ser madre enfrenta con tareas que no podemos prever, calcular ni prepararnos. Ninguna mujer puede aprender y estudiar para ser mamá. Cuando toca ser mamá no queda otra que aceptar y manejar este desafío.
¿Qué ayuda en esta tremenda tarea? ¿Qué hace que madres sean capaces de enfrentar esta responsabilidad? ¿Cómo mi mamá no se cansa en ayudarnos y aguanta nuestras críticas?
Porque hay una fuerza en ellas que Dios les ha dado: el incondicional e inagotable amor que sienten por sus hijas e hijas. Este amor les hace perdonar, les da la fuerza para cuidarlos, les da paciencia para aguantar los llantos, les empuja para hacer todo lo posible para que sus hijos estén bien. Les hace viajar a lugares lejanos y aprender otro idioma.
No cabe duda. Todas recibieron de Dios distintos dones. Cada una muestra su amor en manera diferente. En eso somos limitadas. Esta limitación hace que las madres dudan de vez en cuando si cumplen suficientemente con su rol y si están haciendo lo correcto para sus hijas e hijos. También produce que las hijas e hijos expresan descontento a sus madres.
Pero el día de la madre invita a un momento de dejar al lado conflictos y dudas para llenarse de nueva energía e inspiración.
Tomémonos este 8 de mayo y ojalá en muchos otros días más el tiempo para: Maravillarse de todas las cosas que mi madre ha hecho por mí y que me hicieron crecerse. Preguntarse ¿Cuándo he sentido el amor de mi madre? Agradecerle por todo lo recibido a través de ella. Reflexionar ¿Cómo puedo responderle este amor? También es un momento en que las madres recuerdan sus esfuerzos y capacidades. Han hecho y hacen cosas que no se habían imaginado antes. Han crecido en su rol como madre. Han dado lo mejor que pudieron. ¡Pueden alegrarse por todo lo logrado!
Madres, gracias por tomar el compromiso de ser mamá y de entregar el amor a nosotros y a sus nietos que nos hizo y hace crecer.