“¡Gloria a Dios en las alturas! ¡Paz en la tierra a todos los que gozan de su favor!” (Lucas 2.14)
Les saludo desde Jerusalén, ciudad de la vida, muerte y resurrección de nuestro Señor. Me dirijo a ustedes, miembros del Cuerpo de Cristo a través de toda nuestra comunión mundial, consciente de que juntas y juntos llevamos la buena nueva del amor salvador de Dios hasta los confines de la tierra.
La Navidad nos ofrece el desafío de la alegría. ¿Por qué digo que es un desafío? Cuando llega la época navideña, los hermosos mensajes e imágenes de felicidad a menudo contrastan con los problemas y conflictos que vemos alrededor del mundo. No obstante, la Navidad nos recuerda nuestra responsabilidad de alabar y glorificar a Dios, dándole gracias por el don de su hijo Jesucristo.
De hecho, los problemas de nuestro mundo, a veces pueden distraernos y hacernos olvidar de glorificar al Señor. La foto de la niña que enciende una vela en la catedral de Lund es solo una imagen que nos recuerda que no hemos de confiar solo en nuestros propios esfuerzos, sino recordar la obra salvífica de nuestro Señor y Salvador. “La luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no prevalecieron contra ella.” (Juan 1.5)
Cuando nos reunimos en la conmemoración conjunta y la oración común en Lund y Malmö, sentí que el Espíritu Santo nos guiaba hacia la reconciliación entre nuestras dos iglesias: luterana y católico romana. Sentí que el Espíritu Santo nos llevaba a ver y afirmar la fidelidad recíproca, centrada en el Evangelio. En efecto, para nosotros este es un momento de glorificar a Dios por todo lo que ha hecho en estos 50 años de diálogo que nos condujeron del conflicto a la comunión. La conmemoración de Lund fue un llamado a todas y todos nosotros del movimiento ecuménico a recordar que aquello que nos une como Cuerpo de Cristo es más fuerte que aquello que nos divide. En Navidad, y en vísperas de Año Nuevo, concentrémonos en nuestro llamado y testimonio común por el bien del bebé de Belén.
Acabo de volver de una conferencia en Beirut que se centró en las dificultades que afrontan cristianas y cristianos en Oriente Medio. Con nosotras y nosotros estuvieron muchas y muchos cristianos de Iraq y Siria. Besé su cabeza alabando a Dios de que aún estuvieran vivos. Vinieron a nosotras/os como supervivientes, símbolos de vida antes bien que de sufrimiento, guerra y muerte.
Las festivas imágenes navideñas pueden llevar a algunas personas a olvidar a quienes el mundo ha olvidado. Millones de refugiadas y refugiados están tratando de encontrar un sitio en la posada. A menudo, esas es la historia que escuchamos de María dando a luz en un establo, en lugar de un hospital o un hotel. Al parecer, María ha sido olvidada.
Pero hay otra forma palestina de entender la historia, es decir, que María dio a luz en una cueva, no en un pequeño edificio de madera. Aun hoy, algunas personas viven en cuevas en Palestina. Entonces, la historia del posadero no es una historia de exclusión y negligencia, sino de la radical hospitalidad y generosidad palestinas.
Como ven, al no tener sitio, el posadero les ofreció a María y José un lugar seguro en su propia casa, en el fondo de la cueva. Sobre esa gruta se construyó la Iglesia de la Natividad.
Así pues, la Navidad llama a nuestro mundo a reevaluar: ¿Hemos olvidado a aquellas cristianas y aquellos cristianos de Nigeria, Pakistán, Bangladesh, Sudán, Siria, Iraq y otros lugares que viven su fe con firmeza y necesitan apoyo y confort? ¿Están olvidadas y olvidados? ¿O permitimos que sus condiciones disturben nuestro propio confort?
Esas personas –perseguidas, refugiadas, desplazadas o pobres– no piden favores, sino el mensaje de Navidad: paz basada en la justicia. Cuando los ángeles cantan: ““¡Gloria a Dios en las alturas! ¡Paz en la tierra a todos los que gozan de su favor!” (Lucas 2.14)”, debemos recordar que Dios favorece a esas personas. Dios, que nació con ellas en el desplazamiento, pronto será un refugiado en Egipto. Es nuestro llamado cristiano a favorecer a las personas pobres.
Mi mensaje es que para cada uno y cada una de ustedes Cristo es Emmanuel, está con ustedes dondequiera que estén ya sea en aflicción, dificultad, pobreza o enfermedad. Dios no les ha olvidado y tampoco lo hará nuestra comunión mundial. Cuando el mundo les diga que no hay lugar para ustedes, siempre lo habrá en el amor de Dios. Les acogeremos en nuestros corazones buscando la justicia en nombre del bebé de Belén, Jesucristo.
Les deseo a todas y todos ustedes bendiciones de Dios en Navidad y Año Nuevo, desde la santa ciudad de Jerusalén.
Merry Christmas
Joyeux Noël
Fröhliche Weihnachten
Feliz Navidad
メリークリスマス
God jul
Hyvää Joulua
عيد ميالد سعيد