Vicario Robinson Reyes, Iglesia Luterana El Redentor
1° DOMINGO DESPUÉS DE TRINIDAD
06 de junio de 2021
Jonás 1:1-2:2,11
Dios envía a Jonás, su mensajero, a Nínive, una ciudad de maldad, de injusticia. Lo envía a proclamar su misericordia. Más adelante en el texto, en el relato siguiente, podemos ver que, este pueblo atiende la voz del Señor; que cree, recibe la salvación, y endereza sus caminos. Pero, antes de eso está nuestra historia: Jonás no hace caso, hace lo contrario de lo ordenado por Dios.
¿Por qué desobedece? Para Jonás (y para sus paisanos), Nínive era la causa de todos sus males, y sufrimientos. ¡No es posible que mi Dios sea misericordioso con el que me causa tanto mal! –debió pensar. Estaba convencido de sus razones; por eso, no puede (o no quiere) entender el obrar del Señor, hace oídos sordos a la Palabra de Dios, y huye.
Pero, ¿se puede ir contra la voluntad de Dios, y salir bien parado? Jonás pretende hacerlo, y termina luchando por su vida en un océano. La ira que desea que caiga sobre los ninivitas, se vuelve contra él mismo. Está a punto de perecer. No porque Dios sea inclemente, sino porque su desobediencia lo aleja de Él; cuando ignoramos la voz de Dios, nos alejamos de él: y se ahoga el fuego que nos da calor, se apaga la luz que alumbra nuestra oscuridad, se contamina el agua que quita nuestra sed. Pero, Dios no quiere que Jonás perezca, y le da otra oportunidad. El porfiado recapacita, y es salvado. El que negó la misericordia a los otros, la recibió en abundancia.
Así también nos pasa a nosotros. Como Jonás, a veces me encierro en mi propia opinión, creo tener la razón, y al ver que Dios no obra a mi modo, que el mundo no cambia, que los injustos no son castigados (incluso, que no en pocas oportunidades, prevalecen), siento agobio, cansancio; brota la duda; y no me doy cuenta cuando mis oídos se han cerrado ante la voz del Señor. Y comienzo a ser sumergido en el océano del desánimo, de la impaciencia, de la desesperanza. Pero, como con Jonás, Dios también tiene misericordia de mí, y no quiere que perezca.
Hermanos/as: no se trata de tener o no tener razón, no se trata de lo que a mí me parece justo o injusto. No se trata de mis expectativas (por más nobles que sean). En todos los casos, el Señor me recuerda, nos recuerda, que Él siempre tiene misericordia de nosotros, que “nuestro auxilio está en su nombre”, y que por esta promesa podemos vivir confiados, y vivir dando misericordia al mundo, tal como la recibimos de parte de Dios.
Esta misericordia no es una abstracción; es una persona y tiene nombre: Jesucristo. Él es más que una idea, que un razonamiento teológico. Él es nuestro ejemplo, concreto, cotidiano. En Él se encarna nuestro camino, y por su espíritu nos muestra cada paso. ¿Quiero el bien para mí y para el mundo? Sigámosle, vamos junto a Él, vivamos como Él.
¿No es esto una verdadera revolución? ¿No es esto un cambio verdaderamente radical? Cómo no, más aún hoy en día, cuando algunos relativizan la práctica de la misericordia y del amor, actos de bondad suprema, en favor de la fuerza y la violencia. ¿Es nuestra fe una utopía o un mundo de fantasía? ¿Es escapar del mundo real? De ninguna manera: es hacernos realmente cargo del mundo, en forma responsable, con el único auxilio posible, Dios. ¿Es locura? Vivir bajo la guía de Dios, siempre será un absurdo para los que no oyen su voz, siempre será locura. Y nosotros unos locos. Bendita locura. Amén.