Pr. Rodolfo Olivera – Comunidad Luterana en Valparaíso
Lectura del Santo Evangelio según san Lucas 24:44-53
Antes de partir, Jesús reunió a sus discípulos y les dijo: “Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de Mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos”.
Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: “Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto. Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto”.
Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y, elevando sus manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Los discípulos, que se habían postrado delante de él, volvieron a Jerusalén con gran alegría, y permanecían continuamente en el Templo alabando a Dios.
Esta es Palabra de Dios. Amén.
Gracia y paz de nuestro Señor Jesucristo, sean con cada uno de ustedes.
Los discípulos de Jesús están inmersos en un sin fin de emociones y sensaciones que los hacen dudar y perder el rumbo. Han tenido que convivir con la nueva enseñanza de Jesús; con ser sus discípulos; recibir sus constantes correcciones mientras ven sus excepcionales milagros; sufrir su juicio injusto, su condena y la violencia de su muerte en la cruz; y como si fuera poco, luego Jesús, contra todas sus esperanzas, volvió a la vida y resucitó, presentándose a ellos y conviviendo con ellos como resucitado, enseñándoles a cumplir “todo lo que les he mandado”. Ahora, los discípulos sufren la partida final de Jesús, que vuelve al Padre en el cielo para que las puertas del Reino de Dios queden abiertas para nosotros por medio de la fe en Él y de la esperanza inagotable que obtenemos por su victoria en la cruz. Ciertamente esto exige de los discípulos una gran capacidad de adaptación ante las cambiantes contingencias de sus vidas y un “tobogán” de emociones interminable. Más aún ahora que Jesús partirá definitivamente al cielo y no volverá tan pronto como les gustaría… ¿No son así también nuestras vidas? ¿Cómo reaccionamos ante los cambios que suceden a nuestro alrededor y la partida de nuestros seres queridos?
Antes de responder a estas preguntas, veamos ¿qué es lo que sostiene a los discípulos en este cambio constante y la partida definitiva de Jesús? Pues aquí valen las palabras del mismo Evangelio cuando dice: “les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras“, en cuanto Jesús utiliza las mismas profecías y promesas de Dios en la Biblia para dar fuerza y fe a sus discípulos. ¡Lo que están viviendo no es nada nuevo y tampoco es un castigo! Jesús se los había dicho con claridad, pero ellos aún no podían creerlo ni aceptarlo, en cuanto son humanos y frágiles como nosotros, con dudas, emociones, miedos e inseguridades. No quieren que Jesús se vaya, pero deben aceptarlo. ¿Cómo? Entendiendo que Dios los sostiene en cada segundo de sus vidas, con Jesús y sin Jesús presente corporalmente a su lado. Jesús les explica, antes de partir, que todo lo que ha sucedido Dios lo ha permito para que ellos puedan ahora predicar la Buena Noticia y transformar corazones para la paz en Dios. No se trata de ellos, se trata del mundo entero. Deben ponerse de pie, de modo que puedan ayudar a que muchos más se pongan de pie luego de sus caídas, dudas y miedos. No son víctimas, sino protagonistas de su historia, y ahora, de la historia de la Iglesia de Cristo, que está pronta a ser convocada en el día de Pentecostés para esparcirse por el mundo entero como una semilla que plantada en plena primavera para dar fruto en verano. Es por esto que Jesús les pide: “permanezcan en la ciudad“, es decir, “permanezcan juntos”, unidos, sin divisiones, aceptando sus diferencias, aceptándose mutuamente, aceptando sus dudas y miedos, para que pueda hacer frente al futuro con fe y confianza en Dios; para que el dolor, la angustia y el miedo no los separen ni les hagan ver enemigos entre ellos donde no los hay. Los discípulos deben apoyarse mutuamente por el amor de Dios y en el amor de Dios, de modo que ese amor pueda salir de ellos hacia el mundo entero. El amor que trae perdón, paz y transformación en Dios; el amor que hace la diferencia y nos guía para obrar los mandamientos de Dios; el amor que nos hace ser humildes y buscar al que sufre, al que está solo y a quien que tiene miedo, para conducirlo de la mano, al encuentro con Dios a una vida llena de Dios.
Volviendo a las preguntas del principio: ¿No son así también nuestras vidas? ¿Cómo reaccionamos ante los cambios que suceden a nuestro alrededor y la partida de nuestros seres queridos? Pues ante esto, debemos tener en cuenta que nuestras vidas no distan demasiado de la de los discípulos de Jesús, ya que también estamos inmersos en constantes cambios, frustraciones, fragilidad, miedo e inseguridad; tanto como también podemos gozar de la paz en Dios, de la vida en Comunidad, del perdón entre hermanos/as, la comunión en Dios, la alegría y la fortaleza en Dios. Jesús se va, pero nos deja su presencia. ¿Cómo funciona esto? Jesús parte al cielo, a los brazos del Padre Dios, pero sigue abrazado de nosotros, en su Santo Espíritu, en sus promesas, en su Palabra y en sus Sacramentos. Tal como cuando nuestros seres queridos parten a Dios y descansan en la esperanza de la resurrección nos llenan de recuerdos y esperanzas, así también Jesús colma de recuerdos, enseñanzas, paz, confianza en Dios, fortaleza y perdón, a sus discípulos, de modo que no caigan en ninguna desesperanza ni victimización por lo que les sucede, sino más bien para que tomen las riendas de sus vidas y sean verdaderos protagonistas de su historia y de la historia de la Iglesia. Los discípulos, y hoy nosotros, deben entender que la vida no se trata de lo que “ganamos y perdemos” sino de lo a quien “tenemos y no tenemos”, y nosotros los cristianos y cristianas, tenemos a Dios, tenemos al Padre Creador, al Hijo Salvador y al Espíritu Santo Sostenedor e Inspirador. Somos seres sociales y lo primero que Dios nos da es su presencia real en amor y su promesa de vida eterna en el Bautismo, de modo que podamos vivir toda la vida en la confianza de poder contar con Él siempre y de ser sostenidos por Él siempre. Y por otro lado, Jesús nos envía a vivir en Comunidad, como los discípulos “con gran alegría, permanecían continuamente en el Templo alabando a Dios“. Jesús se fue, pero ellos supieron mantenerse firmes y sobre todo, mantener la alegría de vivir para Dios y por Dios. De la misma forma, Jesús nos invita a mantenernos firmes ante toda pérdida, en toda partida de nuestros seres queridos, en toda muerte y soledad, en toda duda y temor, en toda caída y frustración, para que podamos mantener la alegría de vivir con Dios, de vivir con fe y de vivir en una esperanza inagotable; con la certeza de que nada ni nadie nos puede separar jamás de su amor que es Cristo Jesús.
Queridos míos, la ascensión de Jesús al cielo es el momento en que tanto los discípulos como nosotros, debemos madurar en nuestra fe y practicar una fe segura en Dios y en sus promesas. Ya no trata de ídolos ni supersticiones; de personas ni status; sino de confianza en Dios para vivir una vida en paz, a pesar de todos los obstáculos y dolores. Es vivir como testigos de la resurrección para el mundo. ¡Y así lo somos! Somos testigos de la vida en Dios, del amor de Dios, de la fuerza de Dios, y ahora nos toca la misión de compartir esta experiencia con el mundo entero, de modo que muchos más puedan vivir con la misma alegría, perdón, paz y fortaleza, que nosotros tenemos de Dios.
Que el buen Dios, que en Cristo nos da vida y vida en abundancia, nos bendiga hoy y siempre. Amén.
Rodolfo Olivera Obermöller
Pastor
Iglesia Luterana en Valparaíso