Vc. Robinson Reyes, Iglesia Luterana en Santiago.
Génesis 50:15-21: Perdón, olvido y liberación.
Una conciencia sobrecargada de culpa, es una conciencia en problemas. Tierra fértil para una vida confusa, desorientada, sin paz.
Es terrible vivir así; y así vivían los hermanos de José que, aunque ya habían sido perdonados por éste (como se lee en capítulos anteriores, 45:4-8), no pueden olvidar el mal que le habían hecho, y temen represalias.
¿Por qué viven así, cargados, como “culpables crónicos”? José no siente rencor, ni piensa en venganza; al contrario, agradece a Dios por su destino y por su posición actual (es el primer ministro del reino más importante de su época); pues, desde ella, ha podido hacer el bien, en especial, a los más necesitados. Y es lo que también hace con estos hermanos suyos: les muestra gran bondad.
José paga el mal con el bien. Pero, esto, que siempre rompe los patrones de maltrato y de maldad (ayer y hoy), y que hace emerger al culpable, de las profundidades de su culpa, para romper las ataduras y las cadenas que lo esclavizan, no resulta con sus hermanos. ¿Por qué? ¿Por qué, si son hijos del mismo padre, del mismo Dios, fueron criados en el mismo camino?
Los hermanos de José, conocen el perdón; pero, de lejos, “de oídas”; no lo han experimentado realmente en sus vidas. Por eso, dudan, y terminan sujetos a una dinámica que oscila entre la confianza y la no-confianza; viviendo en la incertidumbre, que los ahoga diariamente; no pueden ver su propio estado con claridad. Es más, en su modo de ser impío, en vez de luchar contra lo que los apremia, se rinden ante el mal; por eso dicen: “aquí nos tienes, somos tus esclavos”.
¿Por qué ofrecen esta solución? ¡Entregarse como esclavos! ¿Será que, a veces, vivir como esclavo es más fácil (y cómodo) que vivir en libertad? Esclavo de mi posición social, de mis bienes materiales, de mi cerrazón de mente y tozudez, de mi orgullo (en el fondo, el esclavo depende de su amo; su destino está en sus manos; su responsabilidad está limitada por él; y todo esto le da cierto grado de seguridad). ¿Será que la tan ansiada libertad me da un poco de miedo o, dicho de otro modo, hay cadenas que me acomodan y, de algún modo, me brindan descanso? Pero, ¿cómo podría descansar encadenado, o esclavo de algo?
Hermanos/as: a veces es así, y apenas somos capaces de ver “más acá”. Pero, Dios quiere que veamos más allá: más allá de la comodidad, de los miedos, de las falsas seguridades. Y siempre quiere ayudarnos en ello. No quiere que vivamos como los hermanos de José, ahogándonos en lo que podría ser y no fue. Quiere que demos un paso hacia Él, y cortar las cadenas que nos hacen prisioneros de lo intrascendente, para que vivamos realmente libres.
Demos ese paso, y probemos nuestra fe. Atrevámonos. A veces, estamos tan acostumbrados a “lo de siempre”, que la fe termina siendo como un muñeco de trapo, que está ahí, bonito, en una repisa. Se ve lindo; pero, como todo muñeco, no tiene carne, no tiene vida, no me habla ni me consuela. El mensaje de hoy, justamente, es un recordatorio contra esto: no estamos aquí para vivir como prisioneros de nada ni de nadie. No es la voluntad de Dios. Su voluntad es perdonarme, olvidar mi maldad, consolarme; reconciliarme con Él, para que yo viva sin cargas, en verdadera libertad, tanto con Él, como con los demás. Más aun en la realidad actual, donde es tan urgente.
Y para llegar a esto, hay un solo camino: Cristo Jesús. Sólo en Él hay perdón, es decir, mis culpas y todo lo que me encadena, es vencido. Es cierto que la vida presenta momentos muy difíciles, que hacen mella y dejan huellas en nosotros, y que a veces cuesta muchísimo superarlos. Pero, en Él somos restaurados y nuestro mal es olvidado. Este olvido no consiste en borrar la memoria ni en deshacerse del pasado, lo cual es imposible (los malos momentos, las desgracias, etc., tal como los buenos momentos, son registrados, precisamente por su relevancia y significación, para bien o para mal); este olvido es, en realidad, la Gracia de Dios en todo su esplendor; Dios diciéndome algo así: “fallaste, pero confía, que en Mi tienes otra oportunidad; ahora ve en paz, y déjame tus cargas. Te libero. Vive confiado y seguro, haciendo con los demás lo que yo he hecho contigo. Firme, hacia adelante, que nada te detenga ni te esclavice.
En esta certeza, puedo vivir verdaderamente seguro, libre de cadenas y de las cargas que antes me inmovilizaban; sin temor al mundo actual. Preocupado por lo que pasa a mi alrededor, sí; ocupado en ello también; pero, nunca prisionero de sus dolores y males. Esto es la muestra de una vida por la fe viva, reflejada en mi día a día, mostrando a Dios en mis acciones; Dios obrando por mí, y yo confiando en su poder.
En resumen, este proceso de perdón-olvido-liberación, es la encarnación de la confianza plena en el Señor, en mí; no como una idea, sino como experiencia cotidiana. Así, el perdonar y olvidar, de Dios hacia nosotros, y de nosotros hacia los demás, acontece porque sí, por gracia. Sin abstracciones, sin muchas vueltas. Es la consecuencia de la fe, de la obra de Dios en cada uno de nosotros: es una transformación mayor, un cambio profundo, la restauración. Y esto es un proceso de todos los días. Por eso no debemos temer ni desanimarnos en los días malos; tampoco obsesionarnos en la búsqueda de culpables; menos, hacernos las víctimas. Debemos dejar todo en las manos de Dios y depender de Él; lo cual no significa despreocuparme, o dormirme bajo la sombra, esperando pasivamente. Depender de Dios es vivir, responsablemente, cumpliendo mis deberes, conmigo y con el prójimo, a partir del buen uso de los dones que el Señor me ha dado. Del buen uso de todos mis dones. Como José. Esto es dejar que Dios obre. Y también es la fe, no algo que admirar como el muñequito de trapo de la repisa, sino una fe viva, encarnada en mí y en mi obrar; y que día a día me sustenta y me fortalece.
Hermanos/as: Esto sólo es posible en Dios, por Cristo, y a su manera. Él es la clave. Los hermanos de José juzgaron la realidad con sus propios ojos de maldad. La invitación para nosotros es hacerlo con los ojos de Cristo. Por eso, pongamos nuestras manos, nuestra mirada, nuestras pisadas, en las manos, en las huellas del Señor, y sigamos adelante por el camino que Él nos ha trazado. Sí, porque Él también ha trazado un camino para ti.
Que la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento, guarde nuestros corazones y nuestras mentes en Cristo Jesús. Amén.