REFLEXIÓN BÍBLICA: Juan 12:20-24.
Vicario Robinson Reyes – Iglesia Luterana en Santiago
Algo que nos caracteriza, a los seres humanos, es nuestra capacidad de adaptación. Experimentamos lo nuevo, lo evaluamos, ajustamos lo que corresponde, y nos acomodamos a la realidad que resulta. A veces, esa realidad nos satisface plenamente; otras, no tanto como quisiéramos, pero reajustando una u otra pieza, podemos vivir sin mayores sobresaltos.
Sin embargo, en ocasiones, lo anterior es muy difícil. No aceptamos los cambios. Consciente o inconscientemente, los rechazamos, nos resistimos y luchamos contra ellos. No siempre ganamos la pelea, y nos sentimos cada vez más vacíos, en crisis; y nos desgatamos, y brota la incertidumbre, los miedos… se cae mi mundo, lo que me define está en riesgo, y me siento como dentro de un laberinto, sin encontrar la salida.
Mas, el Señor nos recuerda, que el grano de trigo tiene caer en la tierra, y morir, para producir nueva vida. Es decir, que, para vivir, hay que primero morir. A simple vista, esta imagen parece un absurdo, o algo contradictorio. Aunque, si observamos con mayor atención, notaremos que hace comprensible algo fundamental, un elemento central de la relación de Dios con nosotros: es una imagen que da vuelta mi forma acostumbrada de ver la vida: para vivir, primero hay que morir; no vivir más de lo mismo, no vivir más según lo acostumbrado. Habría que agregar: es un morir, que abre las puertas de la vida plena, de la vida que Dios quiere para mí. Es la muerte de lo que me esclaviza, de lo que me ata y no me deja avanzar, de lo que tapa mis ojos para que no pueda ver a Cristo y su luz que ilumina mi caminar. Es la muerte de la vida común, intrascendente, que camina en círculos en este mundo. Es la transformación que Dios hace en nosotros, desde la fe, y para la fe.
Hermanos/as: sin muerte, no hay resurrección… y de aquí se desprende el espíritu de este domingo “Laetare”, la razón para “Alegrarse”: es la esperanza de la nueva vida en Cristo, que no es sólo algo sobrenatural, o psicoespiritual; también es material, sensorial, y plenamente humana. Por eso, podemos “¡Alegrarnos (realmente), por ejemplo, y sobre todo, a pesar del sufrimiento!”. En este Tiempo de Cuaresma, esta llamada resuena: regocíjate. ¿Por qué? Porque la vida, con minúsculas, está a punto de morir, y la Vida, con mayúsculas, a punto de comenzar. Incluso si solo vemos desgracia, sepamos que el consuelo está muy cerca. Porque la promesa de Dios es: “Ciertamente los montes cederán y los collados caerán, pero mi gracia no se apartará de ti, y el pacto de mi paz no caerá, dice tu Señor misericordioso”.
Queridos/as: nuestro destino no es la muerte, sino la Vida Plena, que procede de Cristo. Dios está con nosotros, y con Él la fuerza y la esperanza para superar todo obstáculo. Apropiémonos de esta realidad, que no requiere más ajustes que ponernos en sus manos llenas de gracia, pues lo demás está perfectamente hecho por el Señor. Y vivamos en esta alegría, y transmitámosla, a los demás. Amén.