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Quinto domingo después de Trinidad

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Estudiante de Teología Pablo Catrileo

El culto en casa es un real espacio de comunión cristiana ya que podemos celebrar en familia en estos tiempos de pandemia y encierro. Se recomienda confeccionar un altar sencillo con una Biblia, una vela encendida que representa la presencia del Espíritu Santo, y si es posible, una cruz y flores. Además por una cuestión de orden proponemos que una persona (hombre o mujer, en Cristo ¡somos todos iguales!) guíe la celebración. 

Antes de iniciar, si se desea, podemos estar en silencio y por medio de la música entrar en un ambiente de tranquilidad. Dios nos comunica de muchas formas su amor. Por ejemplo, Lutero decía que la música es el más bello y el más glorioso don de Dios. Proponemos la siguiente melodía basada en el himno “Laude Omnes Gentes” como preludio musical. 

Oficiante: Estamos reunidos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; y confesamos que nuestra ayuda esta en el nombre del Señor, quien hizo los cielos y la tierra. 

Todos: ¡Amén!

Oficiante: Queridos hermanos y hermanas en la fe. Nos reunimos este domingo, quinto después de Trinidad según nuestro calendario litúrgico, para orar, cantar y sobre todo, escuchar la palabra de Dios. La palabra de Dios no es letra muerta, no es solo un texto que se escribió hace cientos de años y que leemos como un libro de Historia. No, es palabra viva que nos consuela y nos fortalece cada día, especialmente hoy que nos reunimos como miembros de una gran familia que es la familia cristiana. Y nos reunimos no por nuestra iniciativa, sino porque es Dios mismo quien nos reúne y nos hizo parte de su familia. Por eso el versículo de hoy nos dice: “Porque por Gracia somos salvos. Por medio de la fe. No por obras, para que nadie se vanaglorie” (Efesios 2:8). ¡Que hermoso texto! Reconocer que por don y Gracia de Dios, el nos invita a ser parte de su familia. Que a pesar de que vivimos tiempos difíciles, donde debemos estar “encerrados” en nuestras casas, somos parte de un mismo Espíritu y de una gran familia, diversa, de todo el mundo, y que hoy Dios nos regala la posibilidad de unir nuestras voces, nuestros corazones y nuestro sentir por medio del culto. 

Por eso, con confianza en la Gracia de Dios cantemos el primer himno: Sublime gracia (Liturgia y Canto, 437)

Sublime Gracia del Señor, que a un pecador salvó. Perdido andaba, el me halló, su luz me rescató. 

Su gracia me enseño a vencer, mis dudas disipó. ¡Que gozo siento en mi ser! Mi vida el cambio.  

Peligros, lucha y aflicción los he tenido aquí; su gracia siempre me libró, consuelo recibí. 

Y cuando en Sión por siglos mil brillando esté cual sol, yo cantaré por siempre allí al Cristo el Salvador. 

Oficiante: Leemos juntos las palabras del Salmo 73 (En el caso que no puedan leerlo todos, lo puede hacer el oficiante u otra persona)

Dios es bueno con Israel, con los limpios de corazón.                                                                                         En cuanto a mí, casi se me deslizaron los pies; poco falto para que mis pasos resbalaran. Y es que tuve envidia de los arrogantes, al ver como prosperaban esos malvados.                   Entre burlas hacen planes malvados y violentos, y siempre hablan con altanería.                        Con su boca ofenden al cielo, y con su lengua denigran a la tierra.                                                     Por eso el pueblo de Dios se vuelve hacia a ellos, absorben sus palabras como si bebieran agua.                                                                                                                                                                                   Y no obstante, siempre he estado contigo; tú me has tomado de la mano derecha.                  Me has guiado para seguir tu consejo, y al final me recibirás en gloria.                                            ¿A quién tengo en los cielos? ¡Solo a ti! ¡Sin ti no quiero nada aquí en la tierra!               Aunque mi cuerpo y mi corazón desfallecen, tu, Dios mío, eres la roca de mi corazón, ¡eres la herencia que para siempre me ha tocado!

¡Glorifiquemos al Señor!

Todos: Gloria sea al padre y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era al principio, es ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.  

Oficiante: Inclinemos nuestros rostros y oremos.  

¡Amado Dios! Te damos gracias y te alabamos porque nos podemos reunir en tu nombre, con la confianza de que tu estas en medio nuestro. Reconocemos que todo viene de ti y que solo por tu amor somos parte de tu Iglesia. Y también reconocemos en este momento, que no siempre hemos actuado como tu nos invitas: No te hemos amado a ti ni a nuestro prójimo con todo nuestro corazón. Nos hemos olvidado de tu promesa de que estarás con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Especialmente en tiempos difíciles buscamos la fuerza y fortaleza por otros medios. Pero tu Señor conoces nuestros corazones, conoces nuestras debilidades, y por medio de Jesús, escuchas nuestra oración y nos acoges como un padre o una madre acogen a un hijo. Por eso Señor, nos dirigimos a ti sin miedo. 

(momento de silencio donde cada uno puede orar personalmente) 

Dios de misericordia: ¡Tú eres nuestra fuerza y nuestro refugio! Eres como el pastor que busca a su oveja perdida y que conoce a cada una por su nombre. Nos alegramos y regocijamos en tu amor y te agradecemos porque siempre escuchas nuestra oración ¡Tu misericordia es eterna! Amén. 

Oficiante: Escuchamos la lectura del día de hoy que se encuentra en el Evangelio de Lucas, capitulo 5, versículos 1 al 11

En cierta ocasión, Jesús estaba junto al lago de Genesaret y el gentío se agolpaba sobre él para oír la palabra de Dios. 2 Jesús vio que cerca de la orilla del lago estaban dos barcas, y que los pescadores habían bajado de ellas para lavar sus redes. 3 Jesús entró en una de aquellas barcas, la cual era de Simón, y le pidió que la apartara un poco de la orilla; luego se sentó en la barca, y desde allí enseñaba a la multitud. 4 cuando terminó de hablar, le dijo a Simón: «Lleva la barca hacia la parte honda del lago, y echen allí sus redes para pescar.» 5 Simón le dijo: «Maestro, toda la noche hemos estado trabajando, y no hemos pescado nada; pero ya que tú me lo pides, echaré la red.» 6 Así lo hicieron, y fue tal la cantidad de peces que atraparon, que la red se rompía. 7 entonces hicieron señas a los compañeros que estaban en la otra barca, para que vinieran a ayudarlos. Cuando aquellos llegaron, llenaron ambas barcas de tal manera, que poco faltaba para que se hundieran. 8 cuando Simón Pedro vio esto, cayó de rodillas ante Jesús y le dijo: «Señor, ¡apártate de mí, porque soy un pecador!» 9 Y es que tanto él como todos sus compañeros estaban pasmados por la pesca que habían hecho. 10 también estaban sorprendidos Jacobo y Juan, los hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Pero Jesús le dijo a Simón: «No temas, que desde ahora serás pescador de hombres.» 11 Llevaron entonces las barcas a tierra, y lo dejaron todo para seguir a Jesús.

Reflexión.

La imagen de los pescadores es una de las más utilizadas en los evangelios. Por un lado, varios discípulos de Jesús eran pescadores de profesión, por lo cual la pesca era parte de su vida cotidiana. Y por otro lado, Jesús utiliza esta realidad y la transforma para enseñar de manera sencilla. Así como lo hacía con las parábolas, también utilizaba la realidad de las personas que eran sus amigos y/o seguidores, para explicar su mensaje y el proyecto del Reino de Dios. 

Pescar es una labor que se relaciona con la tierra, así como la agricultura. Los que viven (o han vivido) en el campo saben bien que el esfuerzo es importante. Lo es levantarse temprano, trabajar la tierra, ser metódico y cuidadoso etc. La realidad de los pescadores es similar. Periódicamente revisan sus redes para que estén en buen estado, cuidan sus botes, y van a la mar en las horas en que saben que la pesca debería ser exitosa. Una parte importante del éxito de la labor del pescador, así como la del agricultor, pasa por su esfuerzo. Pero no siempre es así. No todo el éxito esta asegurado por el esfuerzo. También se depende de la naturaleza. A veces, por más que se esfuercen, la tierra o el mar no dan su fruto. Hay factores físicos y naturales que pueden hacer que una temporada de cosecha o de pesca, a pesar de todo el trabajo y el esfuerzo, sea un fracaso. 

El texto de hoy nos relata un poco esa realidad. Simón y los demás pescadores estuvieron toda una noche intentando pescar. No durmieron y probablemente trabajaron arduamente, con su mejor técnica, con las mejores redes e instrumentos que podían disponer, pero no lograron nada. Su esfuerzo, por más bueno que haya sido, no sirvió. Jesús al ver esto, no desprecia lo que hicieron, no los recrimina o les dice que lo hicieron mal. Solo les dice: lleva la barca hacia la parte honda del lago, y echen sus redes para pescar. Y ellos creen. A pesar de todo el esfuerzo, y de que quizás ya lo habían intentado allí, no dudan de las palabras de Jesús y hacen lo que él les dice. Las palabras de Simón son maravillosas: Lo hemos intentado toda la noche, pero ya que tu lo dices, lo intentaremos de nuevo. ¡Cuanta fe en unas palabras tan sencillas! Y ahora si logran pescar, siguiendo las palabras que Jesús les dice. Volvieron a echar redes, volvieron a trabajar y lograron ver sus frutos. 

Esta sencilla historia nos transmite una verdad teológica que para nosotros como luteranos es clave: ¡Sola Gracia! El versículo lema del día de hoy lo decía: solo por Gracia somos salvos, no por obras, no por nuestro esfuerzo, para que así nadie se enorgullezca o diga: la salvación es mérito mío. La misma verdad que nos expresa Pablo, la encontramos aplicada prácticamente y de manera sencilla en este relato. El esfuerzo y el trabajo no son malos, muy por el contrario, son necesarios. Pero la salvación, la plenitud de la vida no viene por esa vía, sino que es don, es regalo de Dios para nosotros. Gratuitamente, sin nuestro esfuerzo. Es innegable que por nuestro esfuerzo podemos lograr mucho, pero la salvación, ese aspecto que le da un sentido distinto a nuestras acciones, y que es fundamental para nuestra vida cristiana, viene de Dios. Es un regalo tan grande que no lo podemos comprender plenamente, por eso en el texto Simón solo puede arrodillarse ante Jesús. 

Pero ojo, que la salvación sea gratuita no significa que no debemos trabajar. Jesús mismo les dice a sus discípulos ahora serán pescadores de hombres. Dios no desprecia nuestro talento, nuestros dones o nuestro esfuerzo, sino que nos invita a utilizarlo, en libertad. Ya no tenemos que preocuparnos si merecemos o no merecemos ser salvos, o si debo esforzarme para ganar la gracia que Dios nos regala y que nos salva todos los días. No hermanos. Ya somos salvos, Dios nos regala la salvación. Pero a la vez nos invita a trabajar y a servir. A dejar de angustiarnos si somos lo suficientemente buenos o santos. ¡la salvación es gratis, para todos y todas! Y a partir de ahí trabajamos con Jesús para su Reino. Ponemos a disposición nuestros dones, nuestros talentos y nuestras manos para servir a Dios 

¿Cómo? Lutero decía: Dios no necesita nuestras buenas obras, pero nuestro prójimo sí.  Las obras que podemos hacer para nuestro prójimo no buscan “ganar o merecer la salvación” porque Dios no las necesita. Pero el regalo que recibimos es tan grande que lo compartimos con aquellos que aún no lo reciben. Y lo hacemos de distintas formas: por medio de la palabra, por medio del acompañamiento, por medio de la solidaridad y la empatía con quienes sufren ¡hay tantas formas de dar gracias a Dios sirviéndolo por medio de nuestro prójimo! Por eso, parafraseando a un importante teólogo: la gracia es gratis, pero no barata. Una vez que recibimos este don, Dios nos pide y nos invita a trabajar por su Reino, por medio de los demás, por medio del prójimo. 

Que en estos días oscuros en medio de pandemia, sufrimiento y miedo, la Gracia que recibimos de Dios cada día nos ilumine y nos fortalezca. Que nos de confianza y tranquilidad de que no estamos solos, que Dios siempre esta con nosotros. Y que también nos anime a servir, a dejar nuestras comodidades para poner nuestras manos al servicio del Reino de Dios. ¡Amén!

(El espíritu de Dios sopla por todas partes y su palabra nos inspira. Se invita a que luego de leer la reflexión, tomemos un momento en silencio para meditar y/o compartir algún pensamiento sobre lo que hemos leído y escuchado)

Sigamos profundizando en el mensaje por medio del himno Pescador de hombres (Liturgia y Canto 560)

Tú has venido a la orilla, no has buscado ni a sabios ni a ricos. Tan solo quieres, que yo te siga. 

Estribillo: Señor, me has mirado a los ojos. Sonriendo, has dicho mi nombre. En la arena, he dejado mi barca. Junto a ti, buscaré otro mar. 

Tú sabes bien lo que tengo: en mi barca no hay oro ni espadas; tan sólo redes, y mi trabajo. Estribillo: Señor, me has mirado a los ojos…

Tú necesitas mis manos, mi cansancio que a otros descanse, amor que quiera seguir amando. Estribillo: Señor, me has mirado a los ojos…

Tú, pescador de otros mares; ansia eterna de almas que esperan. Amigo bueno, que así me llamas. Estribillo: Señor, me has mirado a los ojos…

Oración de la Iglesia

Oficiante: Es el mismo Señor Jesús quien nos invita a que con fe nos podamos dirigir al Padre ¡Pidan y se les dará! Por eso nos unimos a nuestros hermanos en la fe de todo el mundo por medio de las siguientes peticiones

(las peticiones pueden ser leídas por diferentes personas. Al terminar cada una de ellas se puede decir ¡Señor, escucha nuestra oración!)

Petición 1: Amado Dios, te pedimos por el mundo y nuestro país. Porque seguimos sobrellevando tiempos difíciles a causa del Coronavirus, enfermedad que nos tienen sin poder vivir normalmente. Nos dirigimos a ti y te rogamos por todas las personas que están sufriendo enfermedad, que han perdido un ser querido, o que deben luchar de una u otra manera contra esta crisis. Ilumina sus corazones para que te miren, ya que en ti Señor se puede encontrar paz y fortaleza. ¡Sé tu Señor nuestro refugio!

Petición 2: Dios de bondad, te encomendamos a todos los cristianos y cristianas del mundo, a las distintas Iglesias para que en estos momentos seamos fieles discípulos de tu hijo Jesús. Que no olvidemos el amor al prójimo ni la solidaridad. Bendice y dales fuerzas a todas las iniciativas solidarias que trabajan por cuidar a los que lo necesitan. 

Petición 3: Señor, siempre necesitamos tu Gracia. Te pedimos especialmente hoy que derrames tu amor en todo el mundo, en especial los que luchan y trabajan por la justicia y la paz. Derrama tu Gracia sobre los médicos y todo el personal de salud; sobre los profesores y estudiantes que están terminando el semestre; sobre cada familia que esta pasando necesidad. Que puedan ver tu Gracia y tu amor por medio de nuestra solidaridad, que seamos tus manos, tus pies y un crisol de tu amor. 

 (al terminar las peticiones, guardamos todavía un momento de silencio donde cada persona puede dirigir sus peticiones individuales al Señor, tanto en su corazón, o compartirlas con la familia)

Oficiante: Señor, tú conoces todas nuestras peticiones, aquellas que hemos dicho y aquellas que siguen en lo profundo de nuestros corazones. Todas ellas las ponemos en tus manos con las palabras que tu hijo Jesús nos enseñó:

Todos: Padre Nuestro, que estas en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga a nosotros tu Reino. Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo. El pan nuestro de cada día dánoslo hoy. Y perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos dejes caer en tentación, sino líbranos del mal. Porque tuyo es el Reino, el Poder y la Gloria, por los siglos de los siglos. Amén. 

Oficiante: Dios es nuestra fortaleza, nuestra Roca. En su palabra encontramos firmeza en medio de la tempestad. Por eso cantemos el himno Castillo fuerte es nuestro Dios (Liturgia y Canto 403)

Castillo fuerte es nuestro Dios, defensa y buen Escudo. Con su poder nos librara, en todo trance agudo. Con furia y con afán, acósanos Satán; por armas deja ver, astucia y gran poder, cual él no hay en la tierra. 

Nuestro valor es nada, con él todo es perdido. Más por nosotros luchará, de Dios el escogido. Es nuestro rey, Jesús, el que venció en la cruz. Señor y Salvador, y siendo él solo Dios, él triunfa en la batalla.

Y si demonios mil están, prontos a devorarnos, no temeremos porque Dios sabrá aun cómo ampararnos. ¡Que muestre su vigor, Satán y su furor! Dañarnos no podrá, pues condenado es ya, por la palabra Santa. 

Esa palabra del Señor que el mundo no apetece, por el Espíritu de Dios muy firme permanece. Nos pueden despojar de bienes, nombre, hogar, el cuerpo destruir, más siempre ha de existir de Dios el reino eterno. 

Oficiante: Pedimos la bendición del Señor

Que el Señor nos bendiga y nos guarde

Que haga el Señor resplandecer su rostro sobre nosotros y tenga de nosotros misericordia

Que vuelva el Señor su rostro hacia nosotros y nos conceda su paz.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo ¡Amén!

Así como en el preludio, los invitamos a que luego de la bendición mantengamos todavía un momento de silencio para meditar en el mensaje. A pesar de las distancias ¡nos hemos unido como una gran familia en la fe! Por eso, veamos y escuchemos este video con la canción que entonamos al principio: Sublime Gracia/Amazing Grace cantada por personas de todo el mundo y en distintos idiomas, pero que enfatiza un solo mensaje ¡La gracia del Señor nos salva!

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