Kurt Gysel es, desde mayo de este año, pastor de la comunidad de Valdivia. De 70 años y de origen suizo, llegó a Chile a inicios de 1977 junto a tu esposa Birgit Lenk, con quien tiene cinco hijos. También se le conoce por su destacado y largo trabajo en Santiago, específicamente en la comunidad de El Redentor, y por haber sido obispo de la Iglesia Luterana en Chile (ILCh) entre los años 1987 y 2004.
En esta entrevista, el pastor Gysel nos cuenta su acerca de su trabajando en la Iglesia entre las décadas del 70’, 80’ y 90’, específicamente sobre las actividades y la comunidad de aquella época, pudiendo conocer este tesoro enterrado que brinda la experiencia de este histórico pastor luterano.
¿Cómo eran los cultos y actividades de la Iglesia en los tiempos que usted llegó a Chile con su familia?
Cuando mi esposa Birgit y yo aterrizamos en el aeropuerto de Pudahuel al comienzo del año 1977, llegamos a una comunidad en la cual gran parte de las actividades se realizaba en alemán.
Respecto a los cultos, dos de ellos eran realizados en alemán y uno en castellano en la semana. Acerca de las otras actividades, el grupo de jóvenes, las clases de religión, el grupo de estudio bíblico y el grupo de señoras eran todos en alemán. En el colegio alemán, como también un poco más tarde en el colegio suizo (específicamente en Santiago), el grupo de luteranos y confirmandos era grande, haciéndose todo también en este idioma.
Recién el Dr. Lajtonyi, en ese entonces el presidente de la ILCh (y también de la comunidad de Santiago) había iniciado el culto en español en el templo El Redentor, pero los asistentes se podían contar muchas veces con las dos manos.
¿Era normal esto para ustedes? ¿No hubo algún choque cultural?
Para nosotros el choque cultural fue menor, de poca importancia. O sea, se notaba fuertemente la descendencia alemana de los miembros en Santiago, algo que vivimos de muy cerca. Sin embargo, esto también se veía en las otras comunidades, ya que en todas se realizaban cultos en alemán, por lo que esto fue absolutamente normal y lógico.
Me acuerdo de algunas situaciones posteriores cuando surgió el tema de los cultos en español. Con el pasar de los años, era común que los más jóvenes ya no hablaran tan bien el alemán, pero algunos de los abuelos de ellos insistían en el uso de alemán. En algunas oportunidades traté de explicarles las consecuencias, ya que de esta manera excluían a su propia descendencia, a sus propios familiares de la participación activa en la iglesia.
¿Qué actividades de la ILCh eran las más destacadas en aquellos tiempos? ¿Hay alguna diferencia con las de ahora?
Las actividades destacadas eran los cultos. Tengo muy presente una frase que nosotros, los colegas, y los presidentes respectivos, la repetimos casi en todos los informes para la asamblea general de la comunidad en Santiago: “La piedra angular de nuestra iglesia son los cultos dominicales que se realizan en alemán y castellano en ambas iglesias”.
Y es muy cierto: era muy importante, muy central. Tengo muy presente que, por ejemplo, en ese entonces la asistencia a los cultos de Viernes Santo era muy buena. En aquellos tiempos, el templo de El Redentor estaba repleto, y la asistencia al culto en español en Providencia crecía lentamente.
También comenzamos a cantar, en lo posible una canción por culto, acompañada en la guitarra, tanto en alemán como también en castellano.
¿Cuánta gente asistía a los cultos entre los 70′ y 90′, en comparación al presente? ¿Diría que son más o son menos los asistentes de ahora?
No me atrevo a indicar números, ya que en la comunidad de Santiago nunca contamos a los asistentes, por lo menos durante toda mi labor. Pero en general se puedo afirmar que en el transcurso de los años se había mantenido, algunas veces ha crecido y también bajado.
¿Cómo eran las actividades con los jóvenes?
El pastor Günter Weber, quien estaba trabajando en ese entonces en la comunidad en Santiago, había formado un grupo de jóvenes muy activo y numeroso, en el cual también colaboré después. Con Birgit -mi esposa- los invitamos a la casa para comer juntos en varias oportunidades.
En el grupo de jóvenes en Santiago fomentamos mucho el estudio personal de la Biblia por medio de un libro “¿Cómo estudiar la Biblia por sí mismo?”, un manual bastante desafiante que fomentaba mucho el crecimiento y la madurez espiritual de todos aquellos quienes se comprometieron a seguirlo.
¿Qué tipo de retiros o campamentos realizaban con los más jóvenes?
Con los confirmandos intentamos salir tres veces a un retiro el fin de semana (viernes en la tarde hasta domingo en la tarde) antes de su respectiva confirmación. En aquellos tiempos había muchos asistentes y los retiros dejaron una huella importante en los recuerdos de los confirmandos.
Organizamos durante muchos años retiros con los grupos en alemán y con los grupos en español; algunos de ellos los hicimos en Punta de Tralca, y con grupos más pequeños íbamos a la casa de la comunidad El Redentor, en San Sebastián.
También el Pastor Weber había tomado la iniciativa de comenzar con los campamentos de verano en el sur con grupos de Osorno, integrándose después participantes de Concepción en compañía del pastor Heinz. Más tarde, cuando ya había regresado de sus estudios en Brasil, se integró en estas actividades el pastor Esteban Alfaro.
Los campamentos de verano se iniciaron a las orillas del Río Rahue, después en el campo de la familia Konow en Rucacalafquen y, finalmente, llegaron a Puerto Fonck gracias a la iniciativa de los pastores Sander y Hefter y a la buena disposición de Willy Konrad. Personalmente, colaboré en algunos campamentos de los jóvenes, para iniciar más tarde, junto al pastor Juan Wehrli, los campamentos para familias hasta aproximadamente el año 2014.
¿Qué otros grupos destacaría al interior de la iglesia en aquellos tiempos?
En Santiago, el pastor Weber y su esposa Teresa también promovieron dos grupos en alemán, el grupo de estudio bíblico en alemán y el grupo de Señoras. Ambos siguen activos hasta hoy en día, con los cambios correspondientes de integrantes y participantes y de temáticas, de lugares y de horarios.
Más tarde, Birgit y yo pudimos iniciar un grupo con, en ese entonces, parejas jóvenes que habían contraído matrimonio o que habían bautizado a sus hijos.
El problema de tantos grupos tratamos de enfrentarlo con reuniones grandes y cultos en común para fomentar los nexos y las relaciones entre ellos. Allí nacieron los cultos para las dos grandes fiestas de la comunidad: el de Pentecostés y el de la Reforma.
¿Cómo coordinaban sus actividades en aquellos tiempos? En el presente tenemos mucho acceso a tecnología comunicacional, pero en el pasado no era así.
Se coordinaba por cartas. Había que imprimirlas, envolverlas, llevarlas al correo y enviarlas. También había que hacer muchas llamadas telefónicas, y aún recuerdo todas las veces que le decía a mi esposa al final del día: “¡Tengo que llamar, es urgente, tengo que conversar!”.
Había que planificar a más largo plazo, pero funcionaba sin problemas, o por lo menos no con más problemas que hoy. Así lo percibo yo.
¿Qué lecciones podemos aprender de las comunidades del pasado?
Diría que eran tiempos diferentes, la tradición de la fe luterana era algo lógico y natural en muchas familias. Por ejemplo, para los alumnos era lógica la participación en las clases de religión como también en los cursos de confirmación. Muy pocos dudaron de estas actividades, pero esto ha cambiado mucho.
Ciertamente los jóvenes en ese entonces ya tenían poco tiempo, pero parece que hoy en día tienen menos, ya que los colegios cada día absorben más tiempo y exigen mayor rendimiento escolar. Lo mismo vale para la vida laboral de los papás.
¿Qué lecciones podemos valorar de las comunidades de nuestro presente?
Para mí, después de haber trabajado durante cuarenta años en la comunidad de Santiago, donde siempre éramos un equipo de dos a tres colegas, poder desempeñarme ahora en una comunidad pequeña en el sur, es una experiencia interesante.
Destaco la preocupación del directorio, su dedicación de fortalecer la vida espiritual de fe de los miembros, la oración con la cual acompañan a sus miembros, la convicción de que la comunidad depende enteramente de la presencia de Dios, la predicación del evangelio y el reconocimiento de la bendición divina y no de las capacidades humanas. Aunque el compromiso humano también cuente, es algo muy lindo y bueno poder observarlo.
No obstante, también percibo una gran preocupación por el futuro tanto de las comunidades como también de la Iglesia Luterana en Chile, una preocupación que es sana, ya que debería llevarnos a la oración, al arrepentimiento y a la dependencia de Dios y no tanto a la supuesta “factibilidad” por los medios y capacidades e inteligencia humana.