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Culto Cristiano del último domingo después de Epifanía

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Pr. Rodolfo Olivera Obermöller – Iglesia Luterana en Valparaíso.

CULTO CRISTIANO

Preparación: encendemos 1 o 2 VELAS que simbolizan la presencia de Dios en el Espíritu Santo y la doble naturaleza de Cristo(Dios y ser humano) respectivamente. Preparamos la BIBLIA para leer y nos disponemos para estar en comunión con Dios.

Las lecturas Bíblicas se tomarán de la versión: El Libro del Pueblo de Dios: La Biblia.

Invocación: iniciamos la celebración en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Puedes persignarte haciendo la señal de la Cruz.

Salmo del Día: leemos en voz alta el Salmo 97.

«¡El Señor reina!

Alégrese la tierra, regocíjense las islas incontables.

Nubes y Tinieblas lo rodean,

la Justicia y el Derecho son la base de su trono.

Un fuego avanza ante Él

y abrasa a los enemigos a su paso;

sus relámpagos iluminan el mundo;

al verlo, la tierra se estremece.

Las montañas se derriten como cera delante del Señor,

que es el dueño de toda la tierra.

Los cielos proclaman su justicia

y todos los pueblos contemplan su gloria.

Se avergüenzan los que sirven a los ídolos,

los que se glorían en dioses falsos;

todos los dioses se postran ante Él.

Sión escucha y se llena de alegría,

se regocijan las ciudades de Judá,

a causa de tus juicios, Señor.

Porque Tú, Señor, eres el Altísimo:

estás por encima de toda la tierra,

mucho más alto que todos los dioses.

Tú amas, Señor, a los que odian el mal,

proteges la vida de tus fieles

y los libras del poder de los malvados.

Nace la luz para el justo,

y la alegría para los rectos de corazón.

Alégrense, justos, en el Señor

y alaben su santo Nombre».

  • Gloria Patri: Respondemos a la lectura del Salmo dando gloria a Dios, reconociendo la experiencia real de fe del salmista y su llamada a vivir esa experiencia de reconocer a Dios y su amor hoy: ¡Adoremos al Señor!

Gloria sea al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era al principio es ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Confesión de Pecados: reconocemos nuestra necesidad de ser transformados por Dios hacia una vida donde podamos ser mejores cristianos y cristianas para servir y no para ser servidos; reconocemos nuestros egoísmos y faltas ante Dios y nuestros prójimos, por las cuales pedimos perdón y esperamos misericordia y una renovación constante en el amor de Dios.
Momento de confesión personal de pecados en silencio.

Absolución: Dios nuestro Padre en el cielo y en la tierra, escucha la oración que viene desde el corazón y tiene misericordia de nosotros. Es por los méritos de Cristo en la Cruz y por nuestro arrepentimiento y confesión que Dios nos perdona todos nuestros pecados que ahora confesamos y nos lleva a la vida eterna. Amén.
Concretamos la absolución proclamando las palabras del Salmo 51.

«¡Ten piedad de mí,
Señor, por tu gran compasión,
perdona mis faltas!
¡Lávame totalmente de mi culpa!
Porque yo reconozco mis faltas
y mi pecado está siempre ante mí.
Contra Ti solo he pecado
e hice lo que es malo a tus ojos… 

Crea en mí, oh Dios, un corazón puro,
y renueva la firmeza de mi espíritu.
No me arrojes lejos de tu presencia
ni apartes de mí tu Santo Espíritu.
Devuélveme la alegría de tu salvación
y que tu espíritu generoso me sostenga,
hoy y siempre. Amén
».

Gloria in excelsis Deo: reconociendo el perdón transformador y restaurador de Dios, nos unimos a toda la iglesia de los santos (=bautizados) y perdonados en el mundo, y al coro de los ángeles de la Navidad, dándole gracias al buen Dios con alegría, cantando: ¡Gloria a Dios en las alturas!

Gloria a Dios en las alturas.
Y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad.

A Dios dad gracias y dad honor y gloria en las alturas.
Pues sabio y grande protector bendice a sus criaturas,
con fuerza y buena voluntad, remedia la necesidad
y alivia las tristuras.

Oración de la Palabra: pedimos a Dios que guíe la lectura y predicación de su Palabra, con la fuerza y sabiduría de su Santo Espíritu.
Puedes guiarte con esta oración o realizar tu propia oración preparatoria para buscar la guía de Dios al leer e interpretar la Palabra de Dios.

«Bondadoso y eterno Dios, a través de tu Hijo Jesucristo nos has hecho conocer tu gloria y tu voluntad, y por medio de Él has abierto el cielo para que todo tu pueblo fiel conozca tus maravillas. Permítenos reconocerte ahora en tu Palabra y recibir los dones tu salvación. Te lo pedimos en nombre del mismo Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor, quien vive y reina contigo y con el Espíritu Santo, un solo Dios, ahora y siempre. Amén».

Lecturas:

Antiguo Testamento: Éxodo 3.18a

3  Apacentando Moisés las ovejas de Jetro su suegro, sacerdote de Madián, llevó las ovejas a través del desierto, y llegó hasta Horeb, monte de Dios. 

2 Y se le apareció el Angel de Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza; y él miró, y vio que la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía. 

3 Entonces Moisés dijo: Iré yo ahora y veré esta grande visión, por qué causa la zarza no se quema. 

4 Viendo Jehová que él iba a ver, lo llamó Dios de en medio de la zarza, y dijo: !!Moisés, Moisés! Y él respondió: Heme aquí. 

5 Y dijo: No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es. 

6 Y dijo: Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios. 

7 Dijo luego Jehová: Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido sus angustias, 

8 y he descendido para librarlos de mano de los egipcios, y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a tierra que fluye leche y miel,

Epístola: 2 Corintios 4:6-10

6 Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo. 

7 Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros, 

8 que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; 

9 perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos; 

10 llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos.

Evangelio del día: Mateo 17.1-9

Ref: Mr. 9.2-13; Lc. 9.28-36)
17  Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; 

2 y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz. 

3 Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él. 

4 Entonces Pedro dijo a Jesús: Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías. 

5 Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd. 

6 Al oír esto los discípulos, se postraron sobre sus rostros, y tuvieron gran temor. 

7 Entonces Jesús se acercó y los tocó, y dijo: Levantaos, y no temáis. 

8 Y alzando ellos los ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo. 

9 Cuando descendieron del monte, Jesús les mandó, diciendo: No digáis a nadie la visión, hasta que el Hijo del Hombre resucite de los muertos.

Himno 322 LLC: ¡Gloriosa luz! ¡Visión sin par!

  • Lectura para la Prédica: leemos 2ª Carta de Pedro 1:16-19.
    Puedes leer de tu propia Biblia o seguir la lectura desde aquí.

[Hermanos y hermanas:] «No les hicimos conocer el poder y la Venida de nuestro Señor Jesucristo basados en fábulas ingeniosamente inventadas, sino como testigos oculares de su grandeza. En efecto, Él recibió de Dios Padre el honor y la gloria, cuando la Gloria llena de majestad le dirigió esta palabra: “Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección”. Nosotros oímos esta voz que venía del cielo, mientras estábamos con Él en la montaña santa. Así hemos visto confirmada la palabra de los profetas, y ustedes hacen bien en prestar atención a ella, como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro hasta que despunte el día y aparezca el lucero de la mañana en sus corazones».

  • Reflexión en la Palabra: 

Gracia y paz de nuestro Señor Jesucristo sean con cada uno de ustedes. Amén.

¿Por qué a veces cuesta creer en la Palabra de Dios y su mensaje? ¿Cómo es que algunos creen y otros simplemente no pueden creer? Para unos la Palabra de Dios en la Biblia es el centro y guía en sus vidas; y para otros es sólo un libro más que contiene historias y leyes añejas que yo no son aplicables hoy. ¿Cómo puede darse esta diferencia tan abismal entre creyentes y no creyentes ante la experiencia frente a un mismo libro sagrado?

Uno de los primeros problemas que nos presenta la lectura de la Biblia como Palabra de Dios es precisamente eso, reconocerla como aquél conjunto de libros que contienen la Palabra de Dios, y no sólo como un libro antiguo con relatos y personajes antiguos. Tal como dice la Carta de Pedro: «no les hicimos conocer el poder y la Venida de nuestro Señor Jesucristo basados en fábulas ingeniosamente inventadas, sino como testigos oculares de su grandeza» (v.16), debemos entender que el libro que tenemos frente a nuestros ojos y que es el libro más leído en la historia de la humanidad, nos habla, por sobre todo, de Jesucristo; y nos presenta el testimonio real de testigos reales de la obra de un Cristo también real. Sí, así es. Se trata de una elección de fe, un lanzarse al vacío para encontrar a quien llena todo vacío en nuestras vidas y da sentido a todo lo que somos. ¿Y cómo podemos reconocer la grandeza de Dios si no tenemos a alguien que nos lo cuente? Quizás aún esperamos como niños, que se abra el cielo y el dedo de Dios nos toque personalmente, que caigan rayos y escuchemos la voz de Dios, pero no es así. Quizás los profetas tuvieron la “suerte” de recibir directamente la voz y mandato de Dios, pero ojo, ellos también recibieron la llamada de Dios hacia una misión de la cual ninguno de ellos volvería vivo. ¿Estás dispuesto a escuchar la llamada de Dios y seguir sus mandatos cueste lo que cueste? Por otro lado, tenemos la experiencia del mismo Pueblo de Israel, que fue rescatado por la mano poderosa de Dios, vieron enormes milagros de liberación, y no tardaron en perder la fe y adorar a otros dioses. Lo mismo sucedió con los contemporáneos de Jesús quienes vieron sus milagros, sanaciones y sabiduría de Dios, y luego lo abandonaron en la cruz. En nuestra historia como seres humanos tenemos miles de ejemplos de personas que creyeron y luego se desinflaron porque no recibieron más estímulos concretos ni señales concretas personales. Como que necesitamos sentirnos importantes y especiales ante Dios, y creemos merecer una comunicación especial e individual de parte de Dios hacia nosotros… 

Pedro nos vuelve al camino de la fe en Dios, por sobre la fe en nosotros mismos, cuando nos recuerda que cuando Dios habla, nos habla de su hijo Jesucristo y de su salvación. No necesitamos que Dios nos hable a nosotros, porque nos habla a través de la persona, palabras y resurrección de Jesús. ¡Ahí debemos colocar nuestra fe! No en las palabras de la Biblia o en versos sacados de contexto. Lutero mismo nos decía que «toda la Biblia huele a Cristo», que «La Biblia es la cuna en que descansa Cristo» y «las Escrituras deben ser entendidas en favor de Cristo, no en contra de Él. Por tal razón, las Escrituras deben referir a Él o no pueden ser tomadas como verdaderas» (Tesis concernientes a la Fe y la Ley, 1535). Las Escrituras se leen a favor y en referencia a Cristo: si leemos algo que no refiere a Cristo en la Biblia, entonces es secundario. Para Lutero, si la Escritura nos aleja de Cristo, entonces debemos alejarnos de la Palabra y nos quedamos solo con Cristo: Cristo es quien salva, no la Escritura. De esta manera, Pedro nos recuerda la voz de Dios en la montaña durante la transfiguración de Jesús: «“Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección”» (Mateo 17:5). Lo más interesante es que cuando Dios habla desde el cielo, lo hace para callar a Pedro que había interrumpido a Jesús. Así es. ¡Pedro, y sus compañeros Santiago y Juan, reciben la voz directa de Dios! Pero para callarlos y decirles que lo único importante es Cristo y que por Él podrán reconocer a Dios, su Voluntad y recibir su presencia eterna, consuelo, vida y salvación. Es fundamental ahora, recordar el mandato que no aparece en la cita de la Carta de Pedro: «“Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: ¡escúchenlo!”» (Mateo 17:5). Así, «como una lámpara que brilla en un lugar oscuro» (v.19) Dios nos redirige hacia lo verdaderamente central e importante: ver y escuchar a Jesús. No buscamos en la Biblia sólo mandamientos para enjuiciar y discriminar a otros, o para creernos moralmente superiores, sino que buscamos allí al Cristo vivo que nos conduce hacia la vida. Toda persona que se acerque a la Biblia debe ser para buscar allí a Cristo, de modo que «aparezca el lucero de la mañana en sus corazones» (v.19). La verdadera voluntad de Dios no está directamente en las palabras de la Biblia como libro, sino que está en la gloria de Dios reflejada en Cristo, en sus palabras, en su obra y en su resurrección. Cuando podemos unirnos a Dios en Cristo Jesús, nos transformamos en testigos de su grandeza (v.16); en creyentes cristianos; en personas que buscan salvación en Dios y no sólo leyes y mandamientos, porque una vez que crees, entonces toda la ley y todos los mandamientos de Dios se realizan con placer, dedicación y amor, es decir, vivimos en la libertad de los hijos e hijas de Dios, disfrutando de los beneficios que Dios nos ha dado en su Hijo Jesucristo y que nos susurra cada día con su Espíritu Santo en su Palabra. 

Quiera Dios ayudarnos a comprender sus misterios y voluntad a través de la vida, obra y resurrección de Cristo, para que así, en cada Palabra que leamos y escuchemos de la Biblia, recibamos a ese Cristo vivo que nos da vida y nos enseña a vivir para la vida. 

«Que la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento humano, guarde sus mentes y corazones en Cristo Jesús. Amén» (Filipenses 4:7).

  • Credo Apostólico: respondemos a la Palabra de Dios confesando nuestra fe en Dios Uno y Trino, con las palabras del Credo Apostólico.
    Recitamos el Credo en voz alta como testimonio de nuestra fe.

«Creo en Dios Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra.

Y en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, 
que fue concebido por obra del Espíritu Santo; 
nació de la virgen María; padeció bajo el poder de Poncio Pilatos; 
fue crucificado, muerto y sepultado; descendió a los infiernos; 
al tercer día resucitó de entre los muertos; subió a los cielos; 
y está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso; 
y desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.

Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia Cristiana, 
la Comunión de los Santos, el Perdón de los Pecados, 
la Resurrección de los muertos y la Vida Eterna. Amén
». 

  • Oración General de la Iglesia: nos unimos en la oración, junto a todos los cristianos del mundo, para pedir a Dios que guíe a todo su pueblo en la lectura de su Palabra y en el seguimiento a Cristo Jesús mediante su Santo Espíritu.
    Oramos para agradecer a Dios por sus maravillas y pedimos por las necesidades personales y comunitarias, finalizando con el Padre nuestro.

«Padre nuestro que estás en los cielos,
santificado sea tu Nombre. 

Venga a nosotros tu Reino, hágase tu Voluntad,
así en la tierra como en el cielo; 
el pan nuestro de cada día dánoslo hoy; 
y perdona nuestras deudas, 
así como nosotros perdonamos a nuestros deudores; 
y no nos dejes caer en la tentación, 
mas líbranos del mal. 

Porque tuyo es el Reino, el poder y la gloria, 
por los siglos de los siglos. Amén
».

Himno 553 LLC Dios es nuestro amparo

  • Bendición: recibimos la amorosa bendición de Dios y confiamos en que con ella, Dios guía y fortalece nuestras vidas hacia el cumplimiento de su voluntad, por sobre la nuestra.
    Extendemos y abrimos nuestras manos hacia adelante con las palmas hacia arriba, a fin de recibir la bendición de Dios, recitando estas palabras:

«Que el Señor te bendiga y te guarde. Que el Señor haga resplandecer su rostro sobre ti y te envuelva con su luz. Que el Señor ponga su mirada sobre ti y te conceda su amor, su perdón y su paz» (Números 6:24-26).

Que el Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, te bendiga ahora y siempre. Amén».

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