Credos de la Iglesia
LOS CREDOS DE LA IGLESIA
La Iglesia Luterana, como parte de la única Iglesia de Jesucristo, comparte con la mayoría de la Cristiandad histórica y tradicional los tres Credos Ecuménicos (= “Ecuménicos” en cuanto representan a la comunión de todo el Cristianismo). El Credo Niceno, del año 325 (y corregido en 381 en Constantinopla), el Credo Atanasiano (ca. siglo V) y el Credo Apostólico (ca. siglo VI). Cuando los cristianos confiesan uno de estos Credos, afirman lo que tienen en común: están bautizados en esta fe y se reúnen en el nombre de Dios para ser fortalecidos en la fe. Los Credos nacen de la necesidad de la Iglesia antigua por contar con un fundamento claro en cuanto a los valores y creencias incuestionables de la fe cristiana, así como también, de la búsqueda de unificación de las doctrinas y dogmas de fe (p. ej. la Trinidad, la doble naturaleza de Cristo, etc.). Ante las arremetidas de diferentes movimientos no-cristianos, como los arrianos, docetistas y gnósticos*, los obispos de la época se reunían durante largo tiempo hasta encontrar la solución a las diferentes y problemáticas que acontecían a la Iglesia y a su vida en común. Esta solución era representada mediante un Credo, el cual explicaba lo que era correcto creer y lo que no, algo imprescindible para que la Iglesia pudiera crecer sin divisiones ni corrupción ante interpretaciones erróneas de la Biblia. Vale destacar que los Credos no son extractos de la Biblia, sino tratados teológicos que intentan resumir la doctrina y el mensaje que hay en ella, mencionando las creencias básicas que nos unen a todos los cristianos. De aquí que el Credo, ante todo, es Trinitario; intenta explicar la Trinidad que es Dios, uno solo, Padre, Hijo y Espíritu Santo, por toda la eternidad. Desde el conocimiento de Dios Trino es que confesamos la resurrección y la doble naturaleza de Jesús (divino-humano), el milagro de concepción virginal en María, la Comunión de los Santos (= bautizados), el Perdón de los Pecados, la Resurrección y Vida Eterna, etc. Cuando nosotros, los creyentes, confesamos nuestra fe a través del Credo, reafirmamos todos juntos lo que sabemos sobre Dios y nos unimos como una sola Iglesia Cristiana o Universal (= Católica) inspirada por el Espíritu Santo. Cuando decimos el Credo no estamos orando, sino que estamos confesando, es decir, dando testimonio vivo de nuestra fe de una manera sencilla y resumida.
Usualmente en los cultos utilizamos el Credo Apostólico, ya que es el más resumido de los tres y nos presenta una doctrina trinitaria bastante explícita, pero en las fiestas de la Iglesia se debería utilizar el Credo Niceno, que es el primero y fundamento de los otros. Con el Credo, primero reconocemos que Dios Padre hizo todo lo que existe en la tierra y en el universo, y que éstas son muestras de su infinito poder y su amor por la humanidad. Luego reconocemos a su Hijo Jesucristo que es Dios y ser humano, el Hijo de Dios, que vino a la tierra para acercarnos a Dios, pero terminó siendo crucificado pagando por nuestros pecados. A pesar de haber muerto, haber sido sepultado y haber sentido la lejanía de Dios (=infierno), fue levantado de entre los muertos y subió al cielo dando paso a la resurrección de los muertos; que es la mayor esperanza cristiana de una vida en completa comunión con Dios a través la fe. Él vendrá de nuevo a juzgar a todos, vivos y muertos, para llevarnos con Él hacia la Vida Eterna (= Parusía, la segunda venida de Cristo). Finalmente, confesamos que el Espíritu Santo también es Dios y actúa en el mundo inspirando y fortaleciendo en la fe a los seres humanos. A través del Espíritu Santo es que recibimos la fe y manteniéndonos en la Santa Iglesia Cristiana y la Comunión de los Santos (= de los bautizados). Por la fe que el Espíritu otorga y por la presencia de Dios que nos entrega en el Bautismo y en la Santa Cena, esperamos ser levantados de entre los muertos en el día de Jesucristo para vivir eternamente en comunión plena con Dios.
Notas al pie
* Los Arrianos fueron un movimiento liderado por un obispo llamado Arrio que sostenía que Jesús no podía ser Dios (en cuanto Dios no puede morir), sino que sólo era hombre. El arrianismo fue condenado como herejía por el Concilio de Nicea (325).
Los Docetistas eran aquellos que sostenían que Jesús sólo “parecía” hombre (gr. dokeo: “parecer”) y que no había sufrido la crucifixión, ya que su cuerpo sólo era aparente y no real. La doctrina docética, enraizada también en el dualismo gnóstico, dividía tajantemente los conceptos de cuerpo y espíritu, atribuyendo todo lo temporal, ilusorio y corrupto al primero y todo lo eterno, real y perfecto al segundo; de ahí que sostuviera que el cuerpo de Cristo fue tan sólo una ilusión y que, de igual modo, su crucifixión existió más que como mera apariencia.
Los Gnósticos fueron el movimiento herético más poderoso y que hizo temblar las bases de la Iglesia durante los tres primeros siglos del Cristianismo, convirtiéndose finalmente en un pensamiento declarado herético después de una etapa de cierto prestigio entre los intelectuales cristianos. Se trata de una doctrina, según la cual los iniciados no se salvan por la fe en el perdón gracias al sacrificio de Cristo sino que se salvan mediante la gnosis, o conocimiento introspectivo de lo divino, que consideraban era un conocimiento superior a la fe. Ni la sola fe ni la muerte de Cristo bastan para salvarse. El ser humano es considerado autónomo para salvarse a sí mismo. El gnosticismo es una mística secreta de la salvación. Se mezclan sincréticamente creencias orientalistas e ideas de la filosofía platónica. Es una creencia dualista: el bien frente al mal, el espíritu frente a la materia, el ser supremo frente al Demiurgo, el alma frente al cuerpo.